miércoles, 18 de abril de 2012

REFORMA O RUPTURA


Desde los últimos años del franquismo se fue haciendo cada vez más encendido el debate sobre cómo debería ser el futuro de España. Parecía que la lógica debía concluir en una democracia, pero había dos opciones para alcanzarla: reforma y ruptura. Se trataba de evolucionar a partir de las instituciones franquistas o de romper radicalmente con ellas. 
El futuro Rey Juan Carlos y los franquistas aperturistas creían que lo mejor era avanzar reformando el franquismo para mantener el positivo desarrollo socioeconómico que se estaba dando en el país desde el Plan de Estabilización. Además, consideraban que la oposición, debilitada y desunida durante todo el franquismo, no tenía suficiente fuerza para impulsar una ruptura radical con el franquismo, y también estaba el hecho de que consideraban que los inmovilistas, entre ellos gran parte de los altos cargos militares, no permitirían un proceso de ruptura.
Es cierto que la oposición estaba debilitada y dividida aunque en los últimos meses del franquismo se fueron produciendo algunos cambios destacados. En el Congreso socialista de Suresnes, frente a los "viejos" del exilio, se impusieron las tesis de los jóvenes socialistas residentes en España y liderados por Felipe González. Además, en ese mismo año, diferentes fuerzas políticas se fueron agrupando constituyéndose primero la Junta Democrática compuesta por PCE, PSP, CC.OO., PTE y otros grupos minoritarios; y posteriormente la Plataforma de Convergencia Democrática formada por PSOE, UGT, PNV, Izquierda Democrática y Unión Socialdemócrata. Estas dos agrupaciones se unieron posteriormente en la Coordinación Democrática, conocida popularmente como "platajunta", siempre con la idea de conseguir una clara ruptura con el franquismo, a partir de un gobierno provisional que se encargaría de elaborar una constitución.
Con todo esto, cuando Franco murió y Juan Carlos fue coronado se inició un proceso de reforma ralentizado primero por el primer Presidente del Gobierno de la Transición, Carlos Arias Navarro, e impulsado después con el nombramiento de Adolfo Suárez como nuevo Jefe de Gobierno. Así se fueron dando pasos que, poco a poco, fueron convenciendo a la oposición del verdadero objetivo democrático del nuevo régimen monárquico, como la legalización de los partidos políticos, una amnistía para presos políticos o la Ley para la Reforma Política que acababa definitivamente con el régimen franquista y daba paso a unas elecciones democráticas que se celebraron apenas un año y medio después de la muerte de Franco.
Viñeta de Máximo, publicada en El País el 30 de mayo de 1976

Con todas estas medidas, la postura de la oposición fue cambiando desde sus deseos de ruptura hacia una idea de consenso favorecida por la capacidad de diálogo impulsada por Adolfo Suárez. Fruto de ese consenso fueron los Pactos de la Moncloa con los que se sentaron las bases para superar la crisis económica internacional que se vivía entonces, y sobre todo la Constitución que contó con un amplio respaldo de los partidos políticos y de la población que la refrendó en el referéndum del 6 de diciembre de 1978.
De esta manera se fue imponiendo definitivamente la idea de reforma a la de ruptura lo que permitió que España desarrollara una transición a la democracia que ha sido considerada modélica y que se sigue estudiando actualmente como ejemplo en otros países que ya no son dictatoriales. Sin embargo, hay otros aspectos de esa política reformista que actualmente está haciendo que la transición sea criticada en nuestro país. Se trata del olvido pactado durante la Transición de todo lo relacionado con la represión franquista, olvido que se fomentó para facilitar el principal objetivo de aquellos años que era el de lograr una concordia entre todos los españoles. La Ley de Memoria Histórica, aprobada sin consenso, tampoco ha servido para solucionar este problema y todavía hoy en día se pueden leer en los periódicos encendidos artículos partidistas sobre este asunto que recuerdan tristemente a otros comentarios publicados durante los años más violentos de la Segunda República, durante la Guerra Civil o durante el Franquismo.  
Parece que a esto no le ayuda, sino más bien todo lo contrario, el claro bipartidismo que se ha implantado en nuestra democracia y la falta de espíritu de consenso que, incluso en momentos tan delicados como el de la crisis actual, se trasluce diariamente en la actuación de nuestros principales políticos.


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